Durante las vacaciones de Semana Santa, a finales de abril, acometí una singladura de las que no se hacen todos los días: una transcantábrica, desde Bilbao a La Coruña.
El motivo era el transporte de un velero, que ha de circundar toda la península hasta Valencia, realizándolo en varias etapas, de la cual ésta era la primera. El velero es un estupendo barco sueco, Hallberg Rassy, modelo Monsun, de 9 metros de eslora. Un barco de crucero reducido en los espacios interiores, pero muy fiable en la navegación, especialmente confortable con su quilla corrida. Acompañamos a su dueño, Juanma, un grupo de amigos navegantes, en una deliciosa travesía, que nos hizo perder el miedo al temible Cantábrico.
Las etapas fueron: Bilbao-Santander, Santander-Gijón, Gijón-Ribadeo, Ribadeo-Viveiro, y finalmente Viveiro-La Coruña. La meteorología acompañó, con tiempo soleado en las primeras etapas, seguido de un pequeño temporal de componente sur en las últimas, que nos remojó con lluvias intensas pero con muy poco viento. Con estas condiciones, el estado de la mar resultó notablemente bonancible para lo que se estila por estas latitudes. Lo único mencionable fue un mar un poco revuelto, cruzado de mar de fondo del noroeste con otro de componente este, que dado el poco viento generó considerables mareos a bordo. Y... ¡cómo no!, el temible Cabo Ortegal donde, a pesar del teórico buen tiempo, nos encontramos con un mar de fondo de más de 3 metros que imponía lo suyo.
Los paisajes... bellísimos, aunque frecuentemente ocultos por nubes y brumas. Y los puertos, en los que recalamos todas las noches excepto una que empleamos en la travesía Santander-Gijón, muy acogedores, especialmente en lo gastronómico. Y acogedoras también las gentes que encontramos en el camino, navegantes de aquellas tierras con los que Juanma había contactado previamente, que esperaban nuestra llegada, y que nos brindaron su afecto y buenos consejos.
El barco, Nunki*, se comportó fabulosamente, con un mínimo percance que puso la nota de color al final del viaje. Debido al notable mar de fondo de Cabo Ortegal, se removió la suciedad que usualmente se acumula en el depósito de gasoil, y obturó parcialmente el prefiltro. Se produjo un ahogamiento permanente del motor, que no le dejaba subir de vueltas, y que nos hizo temer por su completa parada. Así hubimos de realizar las últimas 4 horas de navegación y nuestra entrada triunfal en La Coruña, temiendo tener que concluirla a vela. Y, como las desgracias nunca vienen solas, la avería se acompañó, ya cerca de la bocana del puerto, por una intensa tormenta (rayos, truenos, mucha agua, viento racheado!...) y por un abordaje de la patrullera de aduanas para revisar toda nuestra documentación. En definitiva, un cuadro un tanto surrealista, que se transformó en anécdota en el momento que nos vimos amarrados a puerto, y especialmente unas horas después, delante de una generosa mariscada en uno de los restaurantes que circundan la plaza de María Pita.
Si las condiciones náuticas fueron, en conjunto, muy favorables, el factor humano no desmereció lo más mínimo. Dejamos algunas fotos, como testimonio gráfico, en las que aparecemos, aparte de Juanma y yo, que fuimos los que cubrimos toda la travesía, otros estupendos amigos-navegantes, que nos acompañaron en distintas etapas: Luis, Oscar y Alberto.